Las golondrinas son unas pequeñas aves
migratorias, muy cantarinas, con plumaje de un color negro casi azulado por la parte de
arriba y blanco en su parte inferior, mucho más intenso en el caso de las
hembras. Con su alegre piar, un parloteo musical y acelerado, y su vuelo ágil,
rápido y acrobático, anuncian la llegada del buen tiempo.
De niña, Amalia pasaba horas apoyada en
la barandilla que daba al jardín trasero de su casa, observando cómo cientos, o
quizás miles de golondrinas, revoloteaban de aquí para allá, yendo y viniendo
buscando ramitas para construir sus nidos. Los tejados de las casas de
alrededor se llenaban de ellos y Amalia veía como las crías, todavía muy
pequeñas para volar solas, asomaban sus cabecitas piando
incansables y esperando el alimento que sus abnegadas madres depositaban
amorosas en su pico abierto. Amalia, entusiasmada con aquel ir y venir,
alargaba su manita de niña y las golondrinas se acercaban tanto a ella que casi
rozaban sus dedos. Ese momento, era todo un ritual que Amalia adoraba contemplar
cada primavera, porque significaba dejar atrás el invierno, el frío, la
oscuridad… Con la llegada de las golondrinas llegaba el sol que calentaba la
casa y el alma, la luz que iluminaba todas las estancias y todos los corazones,
y el aire, que entrando por las ventanas abiertas, limpiaba y ventilaba la casa
y la mente.
Quizás no era casualidad que como
un símbolo para que siempre corrieran buenos tiempos en su casa, la madre de
Amalia había decorado un rincón con unas figuritas y unos cuadros de golondrinas
en vuelo.
Ahora se asomaba a esa misma barandilla
y podía contemplar los aleros de los tejados vacíos, ya no podía ver el vuelo ágil
de las golondrinas ni oír su alegre piar. En un gesto inconsciente Amalia alargaba su
mano ya adulta, y las alas de las golondrinas ya no rozaban sus dedos. Hacía
mucho tiempo que las golondrinas ya no anidaban allí. Hacía ya tiempo que el
nido en el que Amalia había crecido estaba también vacío.
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Hoy, desde otro enclave, desde otra
barandilla, asomada al azul intenso de un mar de sueños y esperanzas, Amalia puede contemplar de nuevo el vuelo acrobático y el alegre piar de otras golondrinas. Puede trasladarse a su infancia y volver a experimentar las mismas sensaciones que entonces.
Sintiendo la brisa ahora salada, puede recordar las ventanas abiertas, el sol, la luz…
pero sobretodo, mirando el cielo brillante casi cegador puede recordar y casi
ver a sus amados padres yendo y viniendo entre las nubes, alegres, luchadores, infatigables
y generosos… buscando siempre la felicidad y el bienestar de sus seres
queridos.
Ellos, sus padres, sus ancestros, que
se fueron un día y que ya no volvieron…. como las golondrinas.
Qué bien me hace reencontrar a Amalia, sus paisajes, su mundo interior, sus recuerdos...
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