Durante
años no se había separado de ella. En realidad no se había alejado de ella
desde que nació. Incluso cuando Amalia formó su propia familia se fue a vivir a
un piso al lado de sus padres para estar cerca de ellos, se iban haciendo
mayores y podían necesitarla.
Últimamente
no quería alejarse mucho, no hacia ningún plan que le alejara de ella lo
suficiente como para no llegar a tiempo si algo pasaba, pero después de dudar
mucho Amalia decidió hacer ese viaje para visitar a su hijo en Europa. Cuatro
días. Tan sólo cuatro días. ¿Qué podía pasar en cuatro días?
El
teléfono sonó de buena mañana apenas hacia unas horas que había llegado a su
destino. Amalia se sobresaltó. Sus hijos estaban con ella, así que no era nada
relacionado con ellos. ¿Entonces?
Al
otro lado del teléfono una voz temblorosa entre lágrimas le comunicó la
terrible noticia… “Se va…” “No hay nada que hacer…”
La
madre de Amalia había entrado en un coma profundo y la situación era
irreversible, apenas aguantaría unas horas…
Abrazada
a sus hijos Amalia lloró desconsoladamente pensando cómo iba a hacer para
llegar al lecho de su madre a tiempo… la separaban muchos kilómetros de
distancia que suponían muchas horas de viaje… Entonces rezó, y le pidió a su Dios y a todos
sus ángeles en el cielo que la mantuvieran con vida hasta que ella llegara.
Mientras, su familia, amorosamente, le repetía el mismo mensaje a su madre…
“Aguanta mamá, ya llega, está viniendo, quiere estar contigo”. Ella respiraba
tranquila, sin dolor, en paz. Quizás esperando la llegada de Amalia…
Amalia
veía pasar las horas de aeropuerto en aeropuerto impaciente por llegar y estar
de nuevo junto a su madre… Si hubiera tenido la seguridad de que llegaba
hubiera echado andar… Aunque sabía que su madre estaba en las mejores manos,
rodeada del cariño de toda su familia, la espera se le hacía angustiosa e
interminable… pero ella solo tenía un pensamiento en el que ponía todas sus
energías… llegar, llegar…
Después
de casi un día entero viajando Amalia llegó al lado de su madre, la abrazó, la
besó, cogió su mano y ya no la soltó… Se despidió de ella diciéndole cuanto la
quería, pidiéndole perdón por las veces que perdió la paciencia con ella y
dándole las gracias por cuidar de ella y de sus hijos.
Entre
lágrimas pero con toda la tranquilidad y el amor del que fue capaz Amalia le
dijo a su madre que si quería podía irse en paz, que no tuviera miedo, porque
allí donde iba no había dolor, ni tristeza, ni padecimiento y que la estaban
esperando los que tanto tiempo llevaba añorando, para reunirse con ellos y
estar juntos para toda la eternidad. Amalia estaba segura de que todos ellos
estaban tendiendo su mano hacia su madre para recibirla a las puertas del cielo.
Casi podía verlos.
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