sábado, 19 de noviembre de 2011

COSAS QUE DICES...

Que no te miro, dices…
mientras en mi oscuridad busco la luz de tus ojos que ya no me alumbra.

Que no te hablo, dices…
mientras escucho tu silencio destrozándome el alma.

Que no te comprendo, dices…
mientras en mi dolor veo tu espalda alejándose de mí con paso firme.

Que no llamo a tu puerta, dices…
mientras intento averiguar el momento en el que me cerraste la de tu corazón.

Que no te cuido, dices…
mientras en mi abandono añoro tu cálido abrazo.

Que te ignoro, dices…
mientras me arrinconas en tu olvido.

Que no te quiero, dices…
mientras descubro tristemente que hace tiempo que ya no me amas.

¡Como puedes reprocharme mi conducta!...
mientras esperas agazapado e impaciente mi derrota.

sábado, 15 de octubre de 2011

CINTA DE TERCIOPELO



Amalia escuchaba la radio mientras recogía todas las prendas desperdigadas por la habitación. La falda, el jubón, el justillo, el mantón…. Guardaba amorosamente cada uno de los complementos en sus respectivas cajas, broche, pendientes, colgante…. pero de entre todos ellos había uno, que aunque ya no usaba, evocaba siempre dulces pero también amargos recuerdos, una cinta de terciopelo negro que tiempo atrás había adornado su peinado. Una cinta que regaló como prenda de amor pero que años después recuperó tras descubrir que la persona a quien se la había regalado guardaba junto a ella otros tesoros a modo de trofeo de sus conquistas. Allí en aquel cajón, quien con tanto mimo la guardó durante años, había atesorado además otras prendas que para Amalia sólo significaban mentira, deslealtad y engaño. Por eso su preciosa cinta de terciopelo negro no compartiría espacio por más tiempo con los frutos de la traición así que la rescató de su escondite y la guardó. Ahora al tomarla entre sus manos y acariciarla prestó atención a la canción que sonaba en la radio….


"Uno se cree
que las mató
el tiempo y la ausencia.
Pero su tren
vendió boleto
de ida y vuelta.

Son aquellas pequeñas cosas,
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón,
en un papel
o en un cajón.

Como un ladrón
te acechan detrás
de la puerta.
Te tienen tan
a su merced
como hojas muertas

que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que
lloremos cuando
nadie nos ve".

Así fue, pero ya no. La inocencia, la ilusión y el amor habían dado paso a la mentira, el engaño y la traición pero ya hacia mucho tiempo que Amalia sólo nadaba entre la tranquilidad, la paz y la esperanza.

Sin lágrimas, sin dolor, guardó la cinta en su caja y ésta en el armario hasta el próximo año.

sábado, 20 de agosto de 2011

¡CERRADO POR VACACIONES!


Amalia se va de vacaciones. Quizás a la vuelta os cuente este verano plagado de escapadas en solitario, con amigos, con familia... escapadas en cualquier caso que le han permitido vivir experiencias nuevas, agradables y felices. Ahora es el momento de disfrutar con sus tesoros, sin horarios, sin tensiones, entregados solamente al placer de disfrutar del tiempo juntos cerquita del mar.

Trabajando o de vacaciones que la vida os sea amable y dulce.

Hasta Septiembre!!

martes, 19 de julio de 2011

REENCUENTRO



Amalia esperaba impaciente el regreso de sus hijos. Cómo cada vez que se separaba de ellos por tan largo tiempo los había echado mucho de menos, muchísimo…
Sólo pensando en ellos les había escrito una carta que probablemente nunca llegarían a leer, o sí… Había tenido la necesidad de poner por escrito, lo mucho que los quería, lo mucho que los admiraba y lo mucho que confiaba en ellos.


"Queridos hijos:

Hace tiempo que quería escribiros esta carta. Ahora, durante estos días en los que he estado sola y os he echado tanto de menos, lo hago para deciros cuanto os quiero y lo importantes que sois para mi.

Los últimos tiempos no han sido fáciles para ninguno de nosotros. Afrontar la separación de vuestros padres habrá sido y probablemente siga siendo difícil para vosotros pero quiero que sepáis que me siento muy orgullosa de vosotros por cómo habéis reaccionado a esta circunstancia. No deja de ser un momento duro, que ninguno hubiéramos querido pero, a veces, se hacen planes que luego no podemos cumplir por diferentes razones. Es muy importante saber adaptarse a los cambios que la vida nos trae y vosotros lo habéis hecho, lo estáis haciendo, de manera ejemplar. Esto siempre es positivo, nos permite aprender de cada experiencia y sin duda os hará más fuertes y os ayudará en todas las facetas de vuestra vida.

En tu caso hijo mío creo que has sabido situarte en el lugar apropiado y que, a pesar de lo difícil que te pueda resultar esta situación no has perdido de vista tu objetivo personal que es convertirte en un profesional de lo que te gusta, la Arquitectura, y tu esfuerzo se ve reflejado en los resultados que vas obteniendo. ¡Enhorabuena! Eres un chico responsable, trabajador y disciplinado, pero sobre todo eres una buena persona, sensible, cariñoso, amable y respetuoso con los que te rodean. Sigue así y no pierdas nunca esos valores porque son los que te abrirán todas las puertas. Para mí, poder hablar contigo ya casi como con un adulto es una satisfacción y me da mucha tranquilidad poder contar con tu apoyo. No quiero ser una madre pesada, sólo quiero que sepas que me intereso por tus cosas y que puedes contar conmigo siempre

En cuanto a ti querida hija, eres una niña fuerte y luchadora. Eres lista y muy despierta y me sorprendes gratamente día a día. Confié en ti, sigo confiando, y me has demostrado que eres capaz de hacer lo que te propongas aunque las circunstancias te sean adversas. Casi todas las madres, caemos en el error de ver en nuestras hijas nuestra continuación. Y a veces queremos que nuestras hijas sean y hagan lo que a nosotras nos hubiera gustado ser o hacer cuando teníamos su edad. Pero, como te digo, esto es un error y yo también lo he cometido. Pero me he dado cuenta a tiempo y tú me has hecho ver que tú eres tú, que quieres construir tu propia vida y que sólo necesitas que yo esté a tu lado y confíe en ti. Cuenta con ello.

Y ahora me toca a mí. Sabéis que los últimos años no han sido fáciles, la pérdida de un buen trabajo después de tantos años, el reto de adaptarme a uno nuevo, unido a la separación de vuestro padre, son momentos que te hacen estar triste, como ausente…, con pocas ganas de hacer nada, y muchas ganas de llorar. Puedo deciros casi con toda seguridad que lo peor ha pasado. Que vosotros, mis amigos y el resto de mi familia habéis sido el motor que me ha permitido ponerme en marcha cada día. Probablemente vendrán otros momentos de dificultad pero estoy convencida de que podré superarlos y aceptarlos gracias al trabajo intenso de los últimos tiempos. Como vosotros soy fuerte y quiero ofreceros lo mejor de mí.

Los tres hemos construido una nueva forma de vivir en familia, distinta a la anterior, pero que no tiene por qué ser peor. Ahora nuestras circunstancias son distintas, y hacemos las cosas de distinta manera pero podemos divertirnos igualmente y hacer planes interesantes. Sé que cuento con vuestra ayuda y vosotros con la mía. Yo confío en vosotros y me gustaría que vosotros confiarais en mí.
Ya para terminar quiero
daros las gracias por vuestro apoyo, por vuestro saber estar. Estoy muy orgullosa de vosotros, de los dos. Sois los hijos que cualquier madre querría tener y yo me siento muy afortunada. Aunque a veces me enfade, os corrija, os ponga límites, es mi obligación como madre y siempre, siempre lo hago pensando que es lo mejor para vosotros.

Espero y deseo que siempre saquéis algo positivo de vuestras experiencias en la vida y que podamos seguir disfrutando juntos en los días venideros.

Os quiero muchísimo.

Besos… Mamá"

Amalia releyó la carta una y otra vez. Realmente no podía plasmar en aquellas líneas todo lo que sentía por sus hijos, pero esperaba que ellos supieran entenderlo si alguna vez aquella carta caía en sus manos.

A la ilusión y el deseo de volver a encontrarse con ellos se unía el temor… El temor a que no la hubieran echado de menos tanto como ella a ellos. Amalia sabía que habían estado bien, pero temía que aquella nueva experiencia que habían vivido hubiera dejado huella en ellos y que volver a aquella casa, a su casa, no significara tanto como ella esperaba… Amalia se sentía nerviosa, impaciente, como si fuera a presentarse, por primera vez, ante alguien y tuviera que causar una buena impresión. Sentía un nudo en la garganta, el aire no parecía querer llegar a sus pulmones. Intentó relajarse y pensar sólo en la ilusión de volver a verlos. Ella sabía que sus hijos la querían y querían verla feliz. Amalia esperaba ilusionada que el trabajo de aquellos días en ausencia de sus hijos hiciera el efecto deseado.

Oyó ruidos en el rellano, sintió las llaves en la cerradura y salió precipitadamente para recibirlos… Allí estaban, su hijo y su hija, había llegado el momento tan esperado del reencuentro... con ellos, con ella misma. Ellos la miraban con curiosidad no sabiendo muy bien qué se iban a encontrar… De repente sus caras adolescentes se iluminaron y sonrieron, pareció gustarles lo que estaban viendo y se abrazaron a su madre.

Amalia los recibió acogedora, los abrazó, los besó y juntos prepararon la cena de aquella primera noche del reencuentro. Mientras cenaban ella les contó todo lo que había hecho en su ausencia, los planes que tenía… escuchó atentamente todo lo que sus hijos le contaron y rieron y hablaron hasta la madrugada.

Al día siguiente comenzaban sus vacaciones en familia…

sábado, 18 de junio de 2011

EL DIVÁN


Amalia salía de la consulta con un aire nuevo, victorioso. La de aquella tarde había sido su última sesión. Su psicoanalista le había dado el alta. Mientras bajaba en el ascensor los 7 pisos que la separaban de la céntrica y transitada calle, se miró en el espejo y contempló con agrado cómo la luz había vuelto a sus ojos. Esa luz que tres años atrás las lágrimas, la pena y el dolor habían apagado. Con una leve sonrisa, su mirada se fue perdiendo en la profundidad del espejo...

Amalia había tomado la decisión de ir a un psicoanalista porque llevaba tiempo sintiendo que estaba dejando de ser ella misma. Las circunstancias por las que había pasado en los últimos años sin duda habían contribuido a esconder poco a poco su verdadera personalidad, su razón de ser, la persona que era, que sentía, que amaba. Todo eso unido al momento crítico que supone una separación que terminó en divorcio la abocó, gracias a Dios y a una buena amiga, a acudir a la consulta de un psicoanalista.

Ahora, después de tanto tiempo, hacía balance de todas las sesiones y repasaba mentalmente las cosas que había aprendido en el diván de su psicoanalista.

Había aprendido que hay cosas que no tienen explicación, que se escapan a cualquier razonamiento. Es inútil intentar buscarla, las cosas suceden por que sí.

Había aprendido que no se puede sufrir por los problemas de los demás, y mucho menos querer solucionarlos, cada uno es responsable sólo y exclusivamente de sus actos.

Había aprendido que nadie es culpable de las decisiones que toman los demás, aunque algunos se monten toda una película alrededor de ellas para justificar sus actos, justificaciones que probablemente ni ellos mismos se creen.

Había aprendido que hay hombres que no buscan una compañera en la vida, sino una mujer que les cuide como lo hacia su madre o como debería haberlo hecho.

Había aprendido que cuando algo no te gusta es sano quejarse y que de no hacerlo en su momento es de cobardes quejarse después por lo que pudiera haber sido y no fue.

Había aprendido que es egoísta aquel que sólo espera recibir y que si no recibe, coge su rabieta, se da media vuelta y se va, eso si, descargando toda responsabilidad sobre los demás para irse bien ligero de equipaje.

Había aprendido que cuando un hombre le dice a su pareja "no me des a escoger nunca entre mi madre y tu", lo mejor es aclarar la relación en ese mismo momento o salir corriendo.

Había aprendido que llegado el momento todos los hijos e hijas tienen que “separarse” emocionalmente de sus padres y madres para construir relaciones sanas y equilibradas.

Había aprendido que todas las madres y padres deben dar a sus hijos e hijas el espacio que les corresponde así como ocupar el suyo propio sin temor, porque eso les ayudará a crecer como personas.

Había aprendido que hay que aceptar el envejecimiento propio y de los demás, tanto físico como mental, y no sufrir por lo que es inevitable.

Había aprendido que a veces las cosas no salen como uno había planeado y que en esos momentos hay que tener mucha habilidad para cambiarse de gafas y ver la vida de otro color.

Había aprendido que hay personas que no maduran nunca, y que en un camino iniciado juntos hay bastantes probabilidades de que el otro, a cada paso que tu das, no sólo no sea capaz de seguirte sino que además tu avance le sirva de tropiezo, quedando más lejos de ti cada día. Y había aprendido que la humildad y la voluntad son buenos compañeros de viaje.

Había aprendido que el control, el orden, la organización es un corsé que te aprieta y no te deja respirar ni a ti ni a los que tienes a tu alrededor

Había aprendido que la soledad es la más fiel compañera de cualquier persona y había aprendido a conocer y a disfrutar de la suya.

Había aprendido que se puede enfermar de amor incondicional pero que hay cura.

Había aprendido que el tiempo es la mejor medicina pero que no conviene dormirse en los laureles.

Había aprendido que un “te quiero” por mucho que te lo digan o te lo escriban mil veces en un cuaderno son palabras vacías, carentes de sentido y no tienen ningún valor si no están basadas en el respeto, la comprensión y la aceptación del otro.

Había aprendido que el egoísmo y el amor no pueden viajar en el mismo barco.

Y había aprendido que no es honesto decir a alguien que le quieres si no le amas.

El ascensor había llegado a la planta baja y Amalia salió de su ensimismamiento… Echó una última mirada a su imagen reflejada en el espejo y dijo en voz alta… “No dejes de aprender Amalia”, al tiempo que soltaba una carcajada.

La puerta del ascensor se abrió y ante ella un padre y una hija la miraban estupefactos al ver a Amalia hablar y reírse sola, probablemente pensaron que estaba algo trastornada y que sin duda salía de la consulta de la planta 7. Amalia sonrió y pasó ante ellos deseándoles buenas tardes.

domingo, 1 de mayo de 2011

DISTINTA


Amalia no quería parecerse a su madre. Tenía sus razones.

La madre de Amalia había nacido hacía 8 décadas en un pequeño pueblo del campo de Cariñena, rodeado de peñas y pinos. Su abuelo materno, Mariano, había contribuido a la construcción del cercano pantano por cuatro perra gordas de las de entonces, jugándose su vida pero ganando el sustento para su familia numerosa. La abuela materna, Elvira, había trabajado en el campo desde bien niña y una vez esposada con aquel hombre bueno, había parido 6 veces, pero tenido 7 hijos. 5 hembras y 2 varones. Una de las hembras lo era por acogimiento ya que recién parido su primer hijo varón éste murió a las pocas semanas cuando ella todavía estaba criando así que Elvira se hizo cargo de aquel bebé pequeño y rosado, fruto de la relación de su hermana pequeña y de un señorito de la ciudad que le dio el apellido, pero nada más.

Más tarde llegaría el tan ansiado hijo varón de Mariano y Elvira, pero el destino querría que años más tarde enfermara viviendo una juventud tormentosa entre operaciones y hospitales, pero feliz rodeado del cariño y cuidados de su familia, su mujer y su hija y también de sus hermanas, entre ellas la madre de Amalia.

La madre de Amalia se convirtió en la mayor de las hermanas, cuando las dos que le precedían murieron de niñas, así como en la cuidadora oficial de toda la familia. De hecho con tan apenas 10 años salió de su casa para irse al pueblo vecino “a servir” en una de las casas más ricas, para que sus padres y sus hermanos pequeños pudieran sobrevivir en aquella dura postguerra.

Así, la madre de Amalia labró una vida plena de servidumbre, trabajo y responsabilidades.

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Durante algunos años Amalia pensó que no soportaba a su madre. La profunda admiración y amor que durante su infancia sentía por ella, en la adolescencia se había convertido en una especie de rechazo. Amaba a su madre, estaba segura, pero su fragilidad, su pérdida de vitalidad y fuerza, por un lado le inspiraban ternura y por otro un gran sentimiento de impotencia y decepción. Amalia sentía que cada vez se alejaba más de ese ser que le había dado la vida. Por su ancianidad, por su enfermedad, empezaba a necesitar cuidados y Amalia se sentía incapaz de proporcionárselos. Llegaba el momento de convertirse en la madre de su madre y esos sentimientos encontrados le producían a Amalia un gran dolor. En el diván de su psicoanalista había empezado a desmenuzar la relación que había tenido con su madre y había aprendido a mirar esa relación desde otra perspectiva mucho más saludable y beneficiosa para las dos.

El artículo que aquella mañana Amalia había leído en el periódico no podía ser más aclaratorio y confirmante para ella. Con cada frase Amalia se sentía identificada y reconocía sus propios errores y aciertos.

“Su fragilidad aumenta con el tiempo y llega un momento en que necesita cuidados. Depende de cómo haya sido nuestra relación con ella, y de sus características personales, que vivamos esa tarea como algo que enriquece o como una obligación desagradable.

Algo nos duele cuando no hemos hecho las paces con nuestra madre. Si no nos llevamos bien con ella, tampoco estamos a gusto con lo que nos rodea. No es extraño percibir una queja permanente sobre el mundo en aquel que no ha logrado aceptar a su madre como es ni sus debilidades. No reconocer esas carencias significa permanecer en una posición infantil, manteniéndola a ella en una posición todopoderosa.

Aceptar nuestra fragilidad es lo que nos hace estar a gusto con nuestro sexo. La construcción de nuestra identidad se levanta poco a poco. Siempre seremos las herederas del amor que nuestra madre nos tuvo, pero esa herencia implica la responsabilidad de transformar aquello en lo que ella tuvo dificultades. Cuando ella envejece, según hayamos vivido nuestras propias carencias y las suyas, tendremos más recursos para ayudarla como nos necesita, algo que nos hace sentirnos mejor con nosotras mismas, ya que también necesitamos acercarnos a ella en esta etapa.

Mientras rechacemos a nuestra madre por sus dificultades o sus fracasos, por su enfermedad o su vejez, es evidente que, lejos de aceptarla como es, seguimos insistiendo en que debería ser como a nosotras nos gustaría que fuese. No aceptar la imposibilidad de que este deseo se cumpla nos mantiene atadas patológicamente a ella. La proyección de estos sentimientos lleva a pensar que es esa mujer la que no nos quiere como somos nosotros. Mientras tengamos hacia ella quejas o reproches sin resolver, nos sentiremos también culpables de nuestras propias emociones. Entonces, la incomodidad está garantizada dentro de la relación y su cuidado, que podría enriquecernos a ambas, se convierte en una tarea muy difícil de sostener.

Querer ser distinta a tu madre implica conocerla y aceptar su fragilidad y carencias sin asustarnos ni culparnos de ocupar el papel de madre. Vivir a nuestra madre de forma agotadora porque tiene una demanda continua de cuidados, se enlaza a nuestro deseo infantil de creer que solo nosotras podríamos complacerla. Una hija que no puede ver a su madre como una mujer mayor, que precisa protección, es una mujer que mantiene la imagen infantil de una madre omnipotente. Acercarse a la madres, si es posible, cuando ella entra en los capítulos finales de su vida, proporciona un bienestar que siempre nos acompañará”.

Por eso Amalia quería y tenía que ser distinta a su madre, para que su hija, llegado el momento pudiera reconciliarse con ella y vivir juntas su ancianidad de forma gratificante y placentera.

¡¡FELICIDADES A TODAS LA MADRES Y A TODAS LAS HIJAS!!

porque tienen en sus manos la posibilidad de disfrutar de una relación única e irrepetible

Nota: Contiene fragmentos de un artículo publicado por Isabel Menéndez (Psicóloga y Psicoanalista)

domingo, 10 de abril de 2011

LAS CUATRO ROSAS



Aquella mañana del mes de Mayo por las calles del pequeño pueblo de secano que vivía del cereal, no se oía otra cosa, Manuel se había ido del pueblo. Su mujer Manuela preñada de 4 meses, agarraba su barriga y lloraba con la mirada perdida mientras su pequeña hija cogía entre sus manos la cara de su madre e intentaba que la mirara mientras la llenaba de preguntas: “Qué te pasa madre? ¿Dónde esta padre? ¿Por qué lloras?”. No hubo respuestas.

Manuela a la temprana edad de 30 años cerró la puerta de su casa y no volvió a salir de ella hasta que años después su hija adolescente murió victima de una hidropesía. Dos años más tarde volvería a salir, su última salida, su viaje final. Dicen que fue la vergüenza, pero sobre todo la pena y la tristeza la que fue minando su salud hasta que acabó con su vida.

Para entonces el fruto de aquella barriga, Ángel, tenía 14 años. Huérfano de madre y posiblemente también de padre, fallecida su única hermana, comenzó su lucha por la vida, por construirse un futuro. Comenzó a labrar el jardín para sus cuatro rosas.

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Carmen planchaba las camisas del señorito en la cocina soleada de aquella casa donde llevaba sirviendo más de 10 años. Era una buena casa, de las más ricas de la ciudad. Había tenido suerte después de varios años en una y en otra, primero en los pueblos cercanos al suyo y luego en la ciudad. Una amiga suya servía en casa de una amiga de la señora y le habló a su dueña de Carmen. Fue llamada a una entrevista y en ella no tuvo reparos en decir que sabía hacer de todo. Había aprendido a segar, vendimiar, lavar la ropa en el río rompiendo previamente la capa de hielo…, había aprendido a hacer muchas cosas, pero los trabajos a los que ella estaba acostumbrada no eran precisamente los que se hacían en una casa de la ciudad. Nunca había limpiado plata, ni almidonado camisas, ni encañonado faldones, ni por supuesto había cocinado las delicias que se comían allí, pero voluntad no le faltaba, así que cuando le preguntaban si sabia hacer esto o lo otro, ella siempre respondía que Sí. Durante algún tiempo la señora se refería a ella como “la del sí” porque decía que sí a todo. Empezó de doncella, con su uniforme negro y su cofia y delantal inmaculadamente blancos y almidonados. Después su hermana se incorporó como doncella en la misma casa y ella pasó a la cocina y a desempeñar labores de costurera, lavandera y planchadora.

“Tic,….tic…..tic….”. Carmen se volvió de repente al oír las pequeñas piedrecitas golpeando en el cristal, se asomó a la ventana y vio como Ángel buscaba alrededor de sus pies más pequeñas piedras que lanzar. No hizo falta. Lanzó por la ventana la prenda que llevaba en la mano y salió corriendo de la cocina hacia el salón donde la Señora tomaba café con una de sus amigas.

- “Perdón Señora, pero estaba tendiendo y se me ha caído una prenda al patio. Voy a bajar a buscarla”.

- “Anda, anda, ve”, dijo sonriendo y dirigiéndose a su amiga le dijo: “No sé que tiene esta chica en las manos que siempre se le caen las prendas al patio en domingo”.

Carmen bajó corriendo las escaleras, salió del portal, dio la vuelta al edificio y en la parte de atrás se fundió en un abrazo y en un apasionado beso con Ángel. Su día libre era los jueves, como el de todas las chicas de las casas elegantes de la ciudad, así que buscó la manera de poder encontrarse con su amado una vez más a la semana. La primera rosa, el amor de su vida.

No corrían buenos tiempos, Ángel no tenía un trabajo fijo, pero a pesar de haber crecido sin el amparo de unos padres, tanto su tío materno como él mismo se habían preocupado de su educación. Gracias a las herencias de sus abuelos había estado interno en buenos colegios y finalmente consiguió graduarse.

A la edad de 27 años Ángel empezó a trabajar en el banco, hubiera querido ser policía secreta, pero en las oposiciones a las que se presentó, el otro candidato muy bien recomendado, obtuvo la plaza. En el mismo mes se convirtió en padre y como no podía ser de otra manera, cuando aquella hermosura de más de 5 kilos vino al mundo sólo un nombre acudió a la mente de Ángel, el de su querida madre que la vida tan prematuramente arrancó de su lado dejándolo supuestamente huérfano. Compartiría con aquella pequeña un carácter reservado, callado y prudente. La segunda rosa, la niña de sus ojos.

Cuando Carmen abrió la puerta no podía creerse lo que veía. Ante sus ojos la figura de un hombre apuesto, bien vestido con abrigo y sombrero. Al descubrirse, asomó su pelo cano. Hubo un silencio y a Carmen la figura de aquel hombre le resultó extrañamente familiar y apenas encontró las fuerzas para pronunciar 3 palabras: “Ángel, tu padre”. Así fue, después de casi 30 años Ángel dejó de ser huérfano y conoció a un padre anciano al que aceptó y perdonó.

Meses después, la pequeña Manuela confesó emocionada a su tía que había visto llegar a la cigüeña trayendo a su hermanita en el pico. Otra preciosa niña con un pelo rubio ensortijado que llamaba la atención entre la vecindad y que con su hermana era a menudo confundida con una más de aquellas niñas americanas que entonces vivían en el barrio. Era una niña alegre y dicharachera con la que compartiría su sentido del humor, su bondad y “muchos humos”. La tercera rosa, la luz de su vida.

Ángel hubiera querido tener un varón, pero no llegó. En su lugar una tercera niña asomó a la vida una tarde de domingo en la que Ángel se disponía a ir al campo de futbol para ver jugar a su equipo favorito. Las pequeñas de la casa esperaban emocionadas en su habitación asomándose a la cunita que habían situado entre sus dos camas. La más rebelde, pero también la más cercana en su ancianidad, compartió con ella momentos de ternura, de charla y algunas ideas. También el último aliento de vida. La cuarta rosa, su pequeña.

Ángel se fue un mes de Abril silenciosamente, calladamente, respetuosamente y en paz, como había vivido. Sobre su pecho, entre sus manos, 4 rosas blancas le acompañaron también en su último viaje y para siempre.

sábado, 19 de marzo de 2011

SUPERVIVIENTES A UN PADRE AUSENTE


El padre de Amalia fue abandonado por su padre cuando aún estaba en el seno materno, ni siquiera había visto la luz de la vida. Nació y creció con la figura de un padre ausente que sólo se hizo presente en su edad adulta, cuando ya no lo necesitaba, cuando el trabajo ya estaba hecho.

En la vida de Amalia, ese ser todavía por nacer fue el primer superviviente a un padre ausente.

Amalia se enamoró y se enamoró de un hombre con un padre ausente arrebatado tempranamente por la muerte. Creció sin la figura de un padre presente y su ausencia fue presencia especialmente en su adolescencia.

En la vida de Amalia, el que sería el padre de sus hijos fue el segundo superviviente a un padre ausente.

Pasaron los años y Amalia se enfrentó a la muerte que se llevó a su padre presente y la obligó a aprender a vivir con su ausencia y a extrañar su presencia cada atardecer.

En la vida de Amalia ella misma se convirtió en la tercera superviviente a un padre ausente.

Después, el padre de sus hijos eligió seguir su camino y convertirse en un padre ausente, perderse los buenos días y los besos mágicos de las buenas noches. Eligió no darles el mejor legado que un padre puede dar a sus hijos, un poco de su tiempo diario.

Muy a su pesar, Amalia vio a sus propios hijos convertirse en supervivientes a un padre ausente.

Nacer, crecer, aprender, sobrevivir…. A pesar de un padre ausente, por voluntad o porque se lo lleva la muerte.


viernes, 11 de febrero de 2011

EXÁMEN DE AMOR


Amalia había decidido comenzar sus estudios universitarios de Psicología por varias razones. En primer lugar, era lo que ella siempre hubiera querido estudiar pero cuando tuvo que elegir se decidió por algo que le abriera de manera más rápida las puertas del mercado laboral. Había empezado a trabajar pronto y durante muchos años había estado intensamente dedicada a su profesión, después había formado su familia, atendido sus hijos, a su marido… y no había encontrado el tiempo ni el momento para dedicárselo a ella misma. Así, que comenzar su carrera universitaria “a cierta edad”, suponía dar el primer paso para cumplir un sueño largamente esperado.

Después, tras su separación, necesitó respuestas y pensó que estudiando sobre el funcionamiento de la mente humana, sobre los sentimientos, los pensamientos, el comportamiento y las actitudes ante la vida, le ayudaría a comprenderse y comprender, y quizás a encontrar esas respuestas que no había obtenido antes sobre el comportamiento y las actitudes de las personas ante la vida.

Por último, cuando el hachazo de las demencias había hecho mella en su entorno familiar, y convivir con enfermedades mentales se había convertido en cotidiano, había sentido curiosidad por saber cómo y por qué los seres humanos recuerdan y olvidan.

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Era una edificio antiguo, con muchos pasillos, escaleras con barandillas de madera e infinidad de puertas, le recordaba en cierta medida al colegio de su infancia. Cuando accedió a la sala, los pupitres estaban dispuestos ordenadamente en filas y columnas perfectamente numeradas. Cuando encontró su sitio, se sentó, se acomodó y comenzó a leer el enunciado. Sus ojos se abrieron de par en par, no podía creer lo que estaba leyendo, sonrió para sus adentros y comenzó a desarrollar el tema que se le pedía en la hoja de examen: RELACIONES INTERPERSONALES: EL AMOR

Desde que nacemos los seres humanos tenemos, entre otras, la necesidad de formar vínculos con otros y buscamos establecer y mantener relaciones interpersonales. Nos asusta la soledad e intentamos pasar la mayor parte del tiempo en compañía de otros, compañía a veces física, a veces virtual como demuestra la gran cantidad de redes sociales que han proliferado últimamente en Internet. Nacemos en el seno de una familia y las relaciones con nuestros padres y hermanos, marcan nuestra forma de ser. En la infancia y la adolescencia, nuestras relaciones con otros influyen notablemente en nuestro desarrollo y finalmente las relaciones de pareja se convierten en el centro de nuestra vida en la mayoría de los casos.

El amor es universal, está presente en todos los ámbitos de nuestra vida, y en todas nuestras relaciones: familiares, de amistad, de pareja. Pero es precisamente el amor y las relaciones de pareja el tema que más interés suscita y probablemente sobre el que más se escribe y se estudia. ¿Por qué nos sentimos atraídos por unas personas y por otras no? ¿Cuántas clases de amor hay? ¿Por qué se rompe una relación?

Los expertos dicen que el inicio de una relación se basa en cuatro principios:

El principio de semejanza: las personas tienden a sentirse atraídas por otras personas semejantes ellas. Atracción y semejanza son dos aspectos muy relacionados especialmente en lo que actitudes se refiere. Así en las relaciones duraderas la semejanza de actitudes puede ser no solamente una coincidencia sino también que alguno de los miembros de la pareja modifica sus actitudes para que así resulten congruentes con las del otro miembro.

En lo que se refiere a los rasgos físicos o de personalidad no significa que busquemos en nuestra pareja un determinado rasgo físico que nos una, pero sí se ha demostrado que el nivel de atractivo entres ambos miembros de la pareja tiende a ser semejante.

Respecto a los rasgos psicológicos, las personas solemos sentirnos atraídas por aquellos que tienen las características que nos gustaría tener a nosotros.

El principio de proximidad: Cuando las personas son vecinas, van al mismo instituto, trabajan en la misma empresa o acuden a la misma comunidad cristiana, es muy probable que acaben convirtiéndose en amigos o pareja. Esto tiene dos explicaciones y es que por un lado compartir el mismo entorno proporciona oportunidades para la interacción social y por otro que las personas que vemos con frecuencia suelen “caernos mejor” que las que nos son desconocidas.

El principio de reciprocidad por el que las personas nos sentimos atraídos por aquellas a las que creemos agradar.

Para que la relación recién iniciada se consolide es imprescindible conocer los ingredientes del amor y saber cómo mezclarlos para que el resultado sea el esperado. Como en una coctelera, la intimidad, la pasión y el compromiso se unen en diferentes proporciones para dar como resultado diferentes clases de amor..

La intimidad es el deseo de promover el bienestar de la persona amada, sentirse feliz con ella, poder contar con su apoyo, compartir, comprenderse mutuamente, dar y recibir apoyo emocional y un alto nivel de comunicación.

La pasión es el deseo de unión con la otra persona.

El compromiso supone a corto plazo la decisión de formar una pareja y a largo plazo continuar con esa relación. El compromiso es el elemento que hace perdurar las relaciones a través del tiempo.

Cuando no existe ni intimidad, ni pasión, ni compromiso, resulta difícil hablar de la existencia de amor.

Pero además de estos ingredientes, hay otro que influye en la duración y la satisfacción en las relaciones de pareja y es el estilo de apego. Se ha demostrado que existen tres estilos de apego que los niños desarrollan en la infancia respecto a sus madres, y que de adultos, trasladan al ámbito de las relaciones de pareja.

El apego seguro se caracteriza por la capacidad de la persona para establecer relaciones íntimas y sentirse cómoda teniendo una cierta dependencia de la pareja, o dejando que la pareja dependa de ella.

El apego evitador manifiesta incomodidad cuando las relaciones son demasiado cercanas y muestra desconfianza hacia las personas evitando depender de ellas y mostrando cierta frialdad o incapacidad para expresar los sentimientos.

El apego ansioso tiende a demandar constantemente mayor intimidad y atención por parte de su pareja y muestra una preocupación desmedida ante un posible abandono.

Por último son muchas las causas que contribuyen al deterioro de una relación, pero las más importantes son los problemas de comunicación y los celos.

Lo que deteriora una relación no es tanto la existencia de un conflicto como la manera en la que los miembros de la pareja lo gestionan. Las mujeres los afrontan en mayor medida, son más expresivas emocionalmente y sus estados de ánimo son más extremos. Los hombres son menos expresivos y recurren en mayor medida que las mujeres a conductas defensivas y de retirada ante un conflicto.

Las parejas que se llevan bien buscan disminuir el conflicto y hallar soluciones constructivas.

Respecto a la reacción de celos, ésta se genera cuando, mediante la comparación social, son cuestionados, frente a un rival, aquellos ámbitos que son relevantes para el autoconcepto de la persona.

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En el camino de vuelta a casa Amalia pensó que probablemente no habría aprobado el EXAMEN DE AMOR, pero había aprendido, mucho, y concluyó que a amar se aprende como se aprende a vivir, que aprendiendo a vivir, VIVES y aprendiendo a amar, AMAS, con aciertos y con equivocaciones, con alegrías y con penas, con salud y con enfermedad, continuamente e imperfectamente, desde el nacimiento hasta que llega el final de la vida.

martes, 4 de enero de 2011

DICCIONARIO


Una de las cosas que más le gustaba a Amalia era pasearse por el barrio antiguo de su ciudad y entrar en cada una de las librerías que encontraba. Podía pasarse horas enteras ojeando libros, leyendo sus contraportadas, las dedicatorias, algunas de sus páginas y convirtiéndose, por unos instantes, en la protagonista de aquellas historias.

Aquella mañana entró en una librería donde vendían libros de segunda mano. Ya sólo el local en sí era especial, más que una librería parecía una biblioteca. Estaba distribuido en pequeños habitáculos cuyas paredes forradas de estanterías repletas de libros apenas dejaban ver un hueco desde el suelo hasta el techo. En el centro de cada una de las habitaciones había uno de esos pequeños sofás de estilo clásico y de forma redondeada, tapizado en terciopelo de diferentes colores lisos donde los clientes podían sentarse para deleitarse un rato con el libro de su elección.

Amalia iba mirando las estanterías con su cabeza inclinada hacia el lado izquierdo en un intento de leer el título de cada uno de los ejemplares. Había libros de todos los colores y tamaños, pero de repente su vista se fijó en uno en concreto. No era demasiado grande pero sí bastante gordo y con las tapas duras forradas de cuero rojo envejecido con las letras grabadas en negro. Lo cogió entre sus manos y se sorprendió al ver que era un diccionario tal y como indicaba en la portada. Además una fecha, “Edición 1942” y en la contraportada su precio “25 pesetas”. Sus finísimas hojas casi inseparables formaban un lomo de color rojo algo descolorido. Mientras trataba de separarlas Amalia intentaba imaginar cómo ese diccionario habría llegado hasta allí, a quién habría pertenecido, su historia… e inmediatamente se sorprendió al darse cuenta de que algunas palabras estaban intencionadamente señaladas con un fino trazo de lapicero que las rodeaba. Se sentó en el redondo sillón del habitáculo y ordenadamente, desde la A, comenzó a leer con curiosidad cada palabra que encontraba marcada y su definición:

Admirar: Ver, contemplar o considerar con estima o agrado especiales a alguien o algo que llaman la atención por cualidades juzgadas como extraordinarias.

Alegría: Sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores.

Amistad: Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.

Amor: Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.

Confianza: Esperanza firme que se tiene de alguien o algo.

Decepción: Pesar causado por un desengaño.

Desengaño: Conocimiento de la verdad, con que se sale del engaño o error en que se estaba. Efecto de ese conocimiento en el ánimo.

Dolor: Sentimiento de pena y congoja.

Enamorado: Estar prendado de amor de alguien.

Engañar: Dar a la mentira apariencia de verdad. Inducir a alguien a tener por cierto lo que no es, valiéndose de palabras o de obras aparentes y fingidas. Incurrir en infidelidad conyugal.

Esperanza: Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.

Fe: Confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo.

Felicidad: Estado de ánimo que se produce en la persona cuando cree haber alcanzado una meta deseada y buena. Condición interna de satisfacción y alegría.

Fidelidad: Lealtad, observancia de la fe que alguien debe a otra persona.

Fiel: Que guarda fe, o es constante en sus afectos, en el cumplimiento de sus obligaciones y no defrauda la confianza depositada en él.

Fraude: Acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete.

Gratitud: Sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera.

Honesto: Razonable, justo. Probo, recto, honrado.

Humillación: Acto por medio del cual una persona es avergonzada o denigrada generalmente en público por sus actos, cultura, forma de pensar, etc.

Ilusión: Esperanza o anhelo por algo en concreto.

Leal: Que guarda a alguien o algo la debida fidelidad.

Melancolía: Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada.

Mentir: Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa. Inducir a error. Fingir, aparentar. Faltar a lo prometido, quebrantar un pacto.

Miedo: Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario.

Nostalgia: Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.

Ocultar: Callar advertidamente lo que se pudiera o debiera decir, o disfrazar la verdad.

Orgullo: Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas.

Paz Interior: Virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y las pasiones.

Pena: Cuidado, aflicción o sentimiento interior grande.

Piedad: Inclinación afectiva, con pena o sentimiento, hacia una persona desgraciada o que padece.

Rabia: Ira, enojo, enfado grande.

Resignación: Conformidad, tolerancia y paciencia en las adversidades.

Soledad: Carencia voluntaria o involuntaria de compañía. Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo.

Sorpresa: Resultado de descubrir lo que alguien ocultaba o disimulaba.

Traición: Falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener.

Tristeza: Estado afectivo provocado por un decaimiento de la moral. Es la expresión del dolor afectivo mediante el llanto, el rostro abatido, la falta de apetito, etc.

Vergüenza: Turbación del ánimo ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena.

Cuando terminó de leer las palabras señaladas Amalia tuvo la sensación de conocer mucho mejor al propietario original de aquel ejemplar, probablemente la misma persona que las había señalado una a una y que intencionadamente o no se había desprendido de él para que llegara a otros.

Al llegar a casa, Amalia envolvió cuidadosamente el diccionario en un papel azul brillante, su preferido, y le puso un gran lazo plateado. Después lo metió en una caja y lo llevó a la oficina de correos más cercana asegurándose que la dirección del destinatario estaba correctamente indicada. Pidió un envío urgente, no quería que llegara tarde. Al día siguiente era Noche de Reyes.