jueves, 15 de julio de 2010

"SIEMPRE"



De pie, junto a la ventana, Amalia repasaba los acontecimientos vividos en las últimas horas.

Su mirada ausente, perdida en la distancia, apenas distinguía la pequeña colina que se divisaba desde su habitación y que poco a poco iban tapando las nuevas construcciones.

Así y todo era capaz de abstraerse mirando aquellas montañas dibujadas en el horizonte, trasladarse en el tiempo y recordar cada uno de los momentos vividos en los últimos años, más o menos 20, junto a la persona amada.

Su relación había comenzado tímidamente, casi sin darse cuenta, clandestinamente... hasta para ellos mismos. Poco a poco se fue fortaleciendo, se complementaban. Él aportaba juventud, inocencia, y muchas ganas de entregarse y amar a alguien siendo correspondido, sintiéndose amado y comprendido. Hacia mucho tiempo que él no se sentía así, de hecho, él pensaba que nunca se había sentido así. Ella le hacia sentirse valorado, le daba seguridad, confianza en sí mismo, le apoyaba en sus momentos de incertidumbre, de crisis, cuando él se preguntaba y dudaba acerca de.... tantas cosas. Ella estuvo allí, siempre estuvo allí, apoyándole, comprendiéndole y amándole como era. Amalia se sentía amada junto a él, protegida, veía en él su refugio, su luz, su futuro, el hombre con el que quería pasar el resto de su vida, con el que quería envejecer. Por eso se había dedicado a él en cuerpo y alma y le había entregado los mejores años de su vida. Se casaron y llegaron los dos milagros de amor. Juntos habían construido una familia que cada día iba fortaleciéndose. Había creído en él, en los dos, en su relación por la que habían luchado para hacerla firme. Habían superado no pocas dificultades, haciendo oídos sordos a los que pensaban que la diferencia de edad iba a ser un problema.... Ellos nunca lo vieron así, no lo sintieron así. Todo parecía haber ido bien durante años, con sus subidas y bajadas, con sus alegrías y sus sinsabores, con sus ilusiones y desilusiones.... como en cualquier pareja, como en cualquier familia.

Las gotas de lluvia resbalaban por la ventana, al igual que las lágrimas resbalaban por las mejillas de Amalia. Fuera llovía con la misma intensidad que llovía en su alma. Amalia seguía mirando por la ventana mientras rescataba de sus recuerdos los últimos meses. Se había sentido tan sola. Había intentado tantas veces, en vano, acercarse a él, hablar, que le explicara, que le dejara ayudarle... Todos sus esfuerzos habían sido inútiles, cada día, cada anochecer, él se alejaba un poco más. Amalia veía asustada pero esperanzada al mismo tiempo, cómo él iba construyendo su nuevo mundo. Respetaba su espacio, su tiempo, pero esperaba con impaciencia que en algún momento él le pidiera formar parte de ese mundo, compartirlo, como siempre había sido. Esperaba que saliera de su encierro y por fin, confiara en ella, se acercara y la abrazara…, pero no pasó....

Nada le había hecho sospechar a Amalia que con los años se había instalado en aquel nido la desconfianza, el desamor y hasta el rechazo. Amalia sólo fue consciente del alejamiento de su amor, cuando aquel día encontró aquella nota junto a una rosa seca. Una nota infantil, adolescente, inmadura... pero que él guardaba como un tesoro. Y eso fue lo que a Amalia más le dolió. No encontró en aquel cajón pruebas del amor que habían compartido durante años, sólo esa nota y la flor furtivamente guardados.

Ahora Amalia se sentía decepcionada, estaba descubriendo con dolor que había estado viviendo con un hombre que no era el que decía ser. En los peores momentos él no había sido capaz de entregarle a Amalia la misma comprensión que él tanto había reclamado. Estaba descubriendo que no había sido honesto con ella. No había sido leal. Mientras ella luchaba, a su manera y con las pocas fuerzas que tenía, por mantener el hilo de comunicación con su compañero, él, desde su mundo, aparentaba resignación, rendición ante una lucha que quizás nunca había comenzado. Él, mientras esperaba calladamente signos del amor de Amalia, labraba y abonaba otros terrenos. Y finalmente, ilusionado ante sabe Dios qué fantasía, había preferido seguir su camino. Amalia sentía que él había traicionado su fe y su confianza. Había incumplido sus promesas, sus compromisos. La quería sí, pero no la amaba como le había prometido. Y Amalia se había sentido herida, desgarrada por dentro, abandonada y vacía. Sentía que su vida se iba borrando poco a poco, que aquella lluvia que no dejaba de caer la desvanecía, que tendría que volver a dibujar su vida como en un lienzo en blanco. No sabía cómo hacerlo. No sabía qué dibujar. Pero lo haría porque al mirar a sus dos milagros de amor era consciente de que su pasado había sido real y que había existido un tiempo de amor, de risas, de complicidad… un tiempo en el que creyeron y confiaron uno en el otro y en la familia que juntos habían querido formar.

Sabía que tenía que tomar las riendas de su vida y mirar el presente y el futuro con todas sus fuerzas. Con coraje, con valor, como siempre había afrontado todo lo que le había sucedido, pero se sentía tan débil, tan vulnerable... Dejó de recordar y quiso imaginar cómo sería su vida a partir de aquel momento.

Fue hacia su mesa de trabajo... En ella encontró los papeles del divorcio firmados por los dos. "¡20 años para construir una familia y apenas 1 hora y 3 folios escritos a ordenador para deshacerla!", pensó. Junto a ellos la pulsera que él le regaló en el primer aniversario. "Siempre llenaré mis ojos de ti", decía la frase grabada en su interior. No pudo evitar que las lágrimas resbalaran por sus mejillas y repetía una y otra vez: "¡Siempre, siempre…!".

Siempre” resultó ser demasiado tiempo.