domingo, 31 de diciembre de 2023

EL REGRESO

 


“La cosa más insignificante puede cambiarte la vida en un abrir y cerrar de ojos. Cuando menos te lo esperas ocurre algo por casualidad que te embarca en un viaje que no habías planeado, rumbo a un futuro jamás imaginado”

(Autor desconocido)

Amalia seguía inmersa en su proceso de recuperación, de construcción de sí misma y de su nueva realidad. Los casi 3 años de sequia laboral que llevaba no ayudaban mucho. Era consciente que no era fácil, ya estaba por encima de los 50, y eso era,  para muchas empresas, un velo que a menudo impedía ver el potencial que, con una gran experiencia, responsabilidad y compromiso, tenían las personas a las que les quedaban todavía más de 10 años de vida laboral. Estaba convencida de que llegaría su oportunidad, y aunque a veces le fallaban las fuerzas, creía en ella y confiaba en que, en algún momento, alguien sería capaz de retirar ese velo y ver todo lo que aun podía ofrecer.

Amalia dedicaba cada día unas cuantas horas a estudiar, prepararse y buscar ese trabajo que le devolviera a ella y a sus hijos,  la estabilidad y la seguridad perdidas. Había conseguido algún trabajo esporádico que le hacía mantenerse activa, pero sin continuidad.

“Cuando menos te lo esperas ocurre algo por casualidad que te embarca en un viaje que no habías planeado…” había leído Amalia en alguna publicación.  Inicialmente, Amalia había desestimado ir a aquella boda a la que la habían invitado en otra ciudad, por todo lo que suponía económicamente, pero finalmente, animada por su entorno, decidió ir.  A veces la vida te sorprende con casualidades, coincidencias, que llegan para remover los cimientos de tu vida y le dan la vuelta como a un calcetín, y así le pasó a ella. En el viaje de ida hizo una llamada con la intención de reencontrarse con aquel compañero de trabajo y amigo que vivía en la misma ciudad donde se celebraba la boda.

Amalia y su amigo habían mantenido un contacto esporádico durante los últimos años y poco habían sabido el uno del otro. No pudieron verse ese fin de semana, pero en la pequeña conversación que mantuvieron, él le hizo el mejor de los regalos, el que más falta le hacía… le había ofrecido un puesto de trabajo. Hizo el viaje de vuelta con la cabeza llena de emoción, ilusión, miedo, expectativas, dudas…

Amalia tenía que tomar una decisión vital, dejar atrás su hogar, su familia, sus amigos, pero sobretodo separarse de sus hijos y trasladarse a esa ciudad a orillas del mar, con todo lo que ello suponía. Aquello era mucho más que un puesto de trabajo, era un cambio de vida, era la oportunidad para, no solo conseguir esa estabilidad tanto tiempo deseada, sino también para sanar, para crecer, para conocerse, para liberarse,…  enfrentarse a un lienzo en blanco para dibujar su futuro con otros pinceles.

“Si hay que saltar, se salta. Si hay que empezar de cero se empieza. Si hay que pasar de página, se pasa, y hasta se cambia de libro, pero nunca quedarse con las ganas de intentar algo que seguramente mejore tu vida”, pensó Amalia al  tomar la decisión de trasladarse a vivir a otra ciudad, animada siempre por su hijos.

……..

Habían pasado 8 años desde que Amalia se había trasladado a esa ciudad con la maleta llena de expectativas e ilusión. El tiempo había pasado muy rápido, habían sido unos años intensos con pandemia mundial incluida, y ahora tocaba preparar las maletas, y llenarlas esta vez de experiencias y de todo lo aprendido.

Como muchas otras veces, Amalia recorría pensativa esa calle que desembocaba en el mar y finalmente, pisaba esa arena que la había abrazado y había sido la guardiana de sus pensamientos. Allí quedaban también, como un tesoro enterrado, alguna que otra lágrima derramada durante sus momentos de soledad. Sentada frente al mar, observaba las olas llegar a la orilla. Las olas, como ella cuando llego a esa ciudad, se entregaban a su destino sin saber que, al perderse en la orilla, quedarían para siempre unidas a la arena y al mar. Así le sucedía a Amalia, sabía que para siempre, quedaría unida a esa ciudad.

El sol brillaba como testigo mudo de su despedida, la envolvía  con su calor, se sentía inmensamente feliz y profundamente agradecida por el camino recorrido. Agradecida a la vida, a Dios y a ese ángel que puso en su camino, que siempre estuvo, pero que se hizo presente en el momento justo.

La etapa que finalizaba había sido como un puente que une dos orillas de un mismo rio, su pasado y su futuro. Un puente por el que había transitado aprendiendo, creciendo y conociendo a personas que ya para siempre formarían parte de su vida.

¡¡¡Adiós, Barcelona, adiós!!! No te olvidaré.




martes, 28 de abril de 2015

Como las golondrinas



Las golondrinas son unas pequeñas aves migratorias, muy cantarinas, con plumaje de un color negro casi azulado por la parte de arriba y blanco en su parte inferior, mucho más intenso en el caso de las hembras. Con su alegre piar, un parloteo musical y acelerado, y su vuelo ágil, rápido y acrobático, anuncian la llegada del buen tiempo.

De niña, Amalia pasaba horas apoyada en la barandilla que daba al jardín trasero de su casa, observando cómo cientos, o quizás miles de golondrinas, revoloteaban de aquí para allá, yendo y viniendo buscando ramitas para construir sus nidos. Los tejados de las casas de alrededor se llenaban de ellos y Amalia veía como las crías, todavía muy pequeñas para volar solas, asomaban sus cabecitas piando incansables y esperando el alimento que sus abnegadas madres depositaban amorosas en su pico abierto. Amalia, entusiasmada con aquel ir y venir, alargaba su manita de niña y las golondrinas se acercaban tanto a ella que casi rozaban sus dedos. Ese momento, era todo un ritual que Amalia adoraba contemplar cada primavera, porque significaba dejar atrás el invierno, el frío, la oscuridad… Con la llegada de las golondrinas llegaba el sol que calentaba la casa y el alma, la luz que iluminaba todas las estancias y todos los corazones, y el aire, que entrando por las ventanas abiertas, limpiaba y ventilaba la casa y la mente.
Quizás no era casualidad que como un símbolo para que siempre corrieran buenos tiempos en su casa, la madre de Amalia había decorado un rincón con unas figuritas y unos cuadros de golondrinas en vuelo.
Ahora se asomaba a esa misma barandilla y podía contemplar los aleros de los tejados vacíos, ya no podía ver el vuelo ágil de las golondrinas ni oír su alegre piar.  En un gesto inconsciente Amalia alargaba su mano ya adulta, y las alas de las golondrinas ya no rozaban sus dedos. Hacía mucho tiempo que las golondrinas ya no anidaban allí. Hacía ya tiempo que el nido en el que Amalia había crecido estaba también vacío.

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Hoy, desde otro enclave, desde otra barandilla, asomada al azul intenso de un mar de sueños y esperanzas, Amalia puede contemplar de nuevo el vuelo acrobático y el alegre piar de otras golondrinas. Puede trasladarse a su infancia y volver a experimentar las mismas sensaciones que entonces. Sintiendo la brisa ahora salada, puede recordar las ventanas abiertas, el sol, la luz… pero sobretodo, mirando el cielo brillante casi cegador puede recordar y casi ver a sus amados padres yendo y viniendo entre las nubes, alegres, luchadores, infatigables y generosos… buscando siempre la felicidad y el bienestar de sus seres queridos.

Ellos, sus padres, sus ancestros, que se fueron un día y que ya no volvieron…. como las golondrinas. 

miércoles, 7 de mayo de 2014

IN MEMORIAM



Durante años no se había separado de ella. En realidad no se había alejado de ella desde que nació. Incluso cuando Amalia formó su propia familia se fue a vivir a un piso al lado de sus padres para estar cerca de ellos, se iban haciendo mayores y podían necesitarla.

Últimamente no quería alejarse mucho, no hacia ningún plan que le alejara de ella lo suficiente como para no llegar a tiempo si algo pasaba, pero después de dudar mucho Amalia decidió hacer ese viaje para visitar a su hijo en Europa. Cuatro días. Tan sólo cuatro días. ¿Qué podía pasar en cuatro días?

El teléfono sonó de buena mañana apenas hacia unas horas que había llegado a su destino. Amalia se sobresaltó. Sus hijos estaban con ella, así que no era nada relacionado con ellos. ¿Entonces?

Al otro lado del teléfono una voz temblorosa entre lágrimas le comunicó la terrible noticia… “Se va…” “No hay nada que hacer…”
La madre de Amalia había entrado en un coma profundo y la situación era irreversible, apenas aguantaría unas horas…

Abrazada a sus hijos Amalia lloró desconsoladamente pensando cómo iba a hacer para llegar al lecho de su madre a tiempo… la separaban muchos kilómetros de distancia que suponían muchas horas de viaje…  Entonces rezó, y le pidió a su Dios y a todos sus ángeles en el cielo que la mantuvieran con vida hasta que ella llegara. Mientras, su familia, amorosamente, le repetía el mismo mensaje a su madre… “Aguanta mamá, ya llega, está viniendo, quiere estar contigo”. Ella respiraba tranquila, sin dolor, en paz. Quizás esperando la llegada de Amalia…

Amalia veía pasar las horas de aeropuerto en aeropuerto impaciente por llegar y estar de nuevo junto a su madre… Si hubiera tenido la seguridad de que llegaba hubiera echado andar… Aunque sabía que su madre estaba en las mejores manos, rodeada del cariño de toda su familia, la espera se le hacía angustiosa e interminable… pero ella solo tenía un pensamiento en el que ponía todas sus energías… llegar, llegar…

Después de casi un día entero viajando Amalia llegó al lado de su madre, la abrazó, la besó, cogió su mano y ya no la soltó… Se despidió de ella diciéndole cuanto la quería, pidiéndole perdón por las veces que perdió la paciencia con ella y dándole las gracias por cuidar de ella y de sus hijos.
Entre lágrimas pero con toda la tranquilidad y el amor del que fue capaz Amalia le dijo a su madre que si quería podía irse en paz, que no tuviera miedo, porque allí donde iba no había dolor, ni tristeza, ni padecimiento y que la estaban esperando los que tanto tiempo llevaba añorando, para reunirse con ellos y estar juntos para toda la eternidad. Amalia estaba segura de que todos ellos estaban tendiendo su mano hacia su madre para recibirla a las puertas del cielo. Casi podía verlos.

Y la madre de Amalia voló al lado del resto de sus ángeles…

lunes, 24 de junio de 2013

domingo, 28 de abril de 2013

SUCEDIO EN ABRIL...



En un gesto casi automático Amalia arrancó la hoja del calendario del mes de Abril. La hoja que separaba la oscuridad de la luz, las pérdidas de las ganancias, la muerte de la vida…  

El mes de Abril era para Amalia como una niebla espesa que la paralizaba, que no la dejaba avanzar, que la envolvía y lo volvía todo gris. Lo fácil, lo natural, lo cotidiano, dejaba de tener sentido. Durante el mes de Abril Amalia se diluía en la húmeda y densa maraña de la ceguera, de la soledad interior, del pánico y finalmente de la indiferencia. Evitaba pensar, evitaba recordar, evitaba mirarse las heridas ya cicatrizadas porque aunque ya no dolían, al rozarlas levemente con las yemas de sus dedos, un pequeño cosquilleo evocaba el dolor de otro tiempo.

A pesar de todo, desde hacia algunos años Amalia recibía cada Abril temerosa pero esperanzada con la incertidumbre del porvenir. Esperaba que, como la lluvia limpia los árboles y los campos dándoles un verdoso esplendor, como el viento arranca y arrastra las hojas secas y muertas y como el sol que abraza y da calor y energía a los nuevos brotes, ese Abril trajera a su vida, lluvia, viento y sol.

Cuando lo despedía, no podía sino respirar profundo, sonreír y decirse a si misma…. Ya pasó!!

martes, 27 de noviembre de 2012

HOY ES UNO DE ESOS DIAS...





Amalia despertó aquella mañana presintiendo lo que iba a suceder. Durante la noche los sueños se habían mezclado con las pesadillas y al despertar y encender el ordenador, encontró exactamente lo que esperaba…. Una vez más, como cada año, allí estaba. ¿Para qué? ¿Por qué?… Palabras vacías que para Amalia no significaban nada… Sin embargo también encontró otras muchas, sinceras y sentidas que habían llegado al mismo destino para endulzar su corazón y su alma. 

Se sentó en la cama y pensó que ese era uno de esos días, en los que se mezclan los sabores, el sabor agrio de la hipocresía acudía a su garganta provocando la misma sensación que una mala digestión. Sin embargo el amor, el cariño y la amistad sincera actuaban como un bálsamo sobre una herida que necesita cicatrizar.

Era uno de esos días en los que las lágrimas acuden impetuosas a tus ojos deseando salir. Unas para dejar inevitablemente su huella en el rostro y  un sabor salado en el paladar, otras para lavar y limpiar el alma produciendo el efecto de un baño tibio antes de acostarse.

En esta clase de días añoras a los ausentes. A algunos porque no tuvieron opción y se fueron demasiado pronto, otros porque pudiendo elegir, eligieron… Pero sientes el abrazo cálido de los que te rodean como un abrigo hecho a medida que cubre tu cuerpo casi desnudo en una noche de tormenta y ventisca que te hiela hasta los huesos.

Amalia había aprendido a sumar y a restar hacia mucho tiempo y por eso sabia que todo lo que suma también resta. La vida no es infinita. Cuanto más te alejas de la salida, más cerca estás de la meta. Pero también es como un saco mágico en el que vas acumulando grandes tesoros que, como amuletos de buena suerte, te acompañarán siempre y nunca perderás, aunque quizás llegue un momento en el que no los recuerdes.

Era uno de esos días en los que maldices el tiempo perdido, la palabra no dicha, el gesto inexistente…. pero en el que agradeces a cada momento los buenos deseos, las promesas cumplidas, lo que has perdido por lo que has ganado… Y durante todo el día una palabra te acompaña fiel y firme… GRACIAS!

“Hoy es uno de esos días, pensó Amalia,…

…en los que se mezclan los sabores…
…en los que lloras y entre lágrimas ríes…
…en los que abrazas y añoras…
…en los que restas pero sobretodo sumas…
…en los que maldices pero sobretodo agradeces…

Uno de esos días, en los que ni todo es blanco, ni todo es negro… porque el equilibrio es necesario y saludable.”

Amalia se dispuso a emprender otro de sus viajes… preparó su maleta encima de la cama y depositó en ella todo lo que podía necesitar. Subiría montañas, cruzaría ríos, atravesaría desiertos… por eso no quería llevar exceso de equipaje.

jueves, 5 de enero de 2012

DÍA DE REYES




El padre de Amalia conocía personalmente a los Reyes Magos, por eso había años que les pedía que acudieran a su casa cuando las niñas, Amalia y sus hermanas, se hubieran despertado para darles los regalos en persona. Ellas les obsequiaban con dulces y moscatel, porque después de una larga noche necesitaban reponer fuerzas para emprender el camino de vuelta a casa.

Había otros años en los que Amalia y sus hermanas visitaban a los Reyes Magos en su castillo e iban a recoger los regalos personalmente.

En otras ocasiones Amalia había escuchado claramente a los Reyes Magos depositar los regalos durante la noche con mucho cuidado en el salón de su casa. Oía a los camellos comerse el arroz que Amalia y sus hermanas habían dejado en los zapatos, y a los Reyes Magos chinchinear con las copas y saborear ese moscatel carmelitano que siempre había en casa. Pero Amalia sabia que en esos momentos no podía levantarse de la cama ni hacer ningún ruido que pudiera distraer a los Reyes de su misión.

Después llegaron los hijos, los de Amalia y los de sus hermanas, e igualmente desde el primer año Amalia quiso que vivieran esa noche muy especialmente. Colocaban sus zapatitos con arroz en sus respectivas sillas y dejaban turrón y moscatel para los Reyes Magos. Al día siguiente los niños descubrían emocionado sus regalos y veían como los Reyes y los camellos se lo habían comido todo. No dejaban ni un grano, normal, porque trabajaban tanto que necesitaban descansar de vez en cuando….

En alguna ocasión los Reyes dejaron un poquito de carbón para los pequeños pero aún así Amalia y sus hermanas intentaron transmitir a sus respectivos hijos la magia y la ilusión de esa noche en la que, por una vez, casi todos los deseos se cumplen.

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“Queridos Reyes Magos, este año he sido muy buena….”, como cada año Amalia preparaba su carta a los Reyes, sus hijos le habían insistido una y otra vez que así lo hiciera, pero ella no sabía qué pedir. En realidad no necesitaba muchas cosas, tenía lo principal y lo que le faltaba era difícil de conseguir, ya lo había pedido otros años y no se lo habían traído. Amalia sabía que no siempre se recibe lo que se pide, lo que se quiere o lo que se espera.

… os pido salud para mis hijos y para mí, para poder estar junto a ellos y verlos felices cada día y os pido paciencia y comprensión para sobrellevar la enfermedad que tristemente me rodea.

… os pido que no me falte el trabajo que sostiene a mi familia y os pido por aquellos que no lo tienen para que lo encuentren pronto.

… Y os pido amor, mucho amor para dar a mis amigos, a mi familia, a mis hijos… a los que me quieren, por su dedicación a mi durante este año, y sobre todo te pido que a ellos, a los que tanto quiero, no les falte de nada. Confío en que me traeréis todo lo que os pido porque como os he dicho creo que este año me he portado bien, pero si no es así sólo os pido que me traigáis los días para seguir soñando”.